jueves, 17 de abril de 2008

4ª parte: los límites de la resistencia humana.

Todo esto parece muy cachondo, por aquí continúo… A mediodía mis tripas empiezan a quejarse, puesto que no he probado bocado desde la cena de ayer.

Tomo conciencia de que me encuentro ante una situación de emergencia, y debo sobrevivir, así que hago inventario:

En primer lugar, tengo agua. Bien. Por suerte anoche rellené una botella de las que andan rulando por el cuarto, así que deshidratada hoy no muero. El problema es que… bueno, mi habitación es doble y todo eso, pero baño de momento no hay, y la llamada de la naturaleza… Así que decido beber sólo lo imprescindible. (Hombre, se puede hacer pis por la ventana, pero sólo si llego hasta un cierto límite de desesperación).

Comida. Suelo tener alguna chuchería por aquí, pero sólo encuentro dos caramelos roñosos. Es demasiado ridículo para racionarlo, así que me zampo uno. Sigo buscando y encuentro en la mochila una bolsita de Mini-Pringles (una miseria, 23 gramos de patatas, pero ya es algo). Creo que con esto no aguantaré un día, cuando de pronto abro un cajón y… ta-cháaaan!! Ahí está, desde hace dos semanas, el mayor tesoro que una persona puede tener: la longaniza que A.C. y M.M (no diré nombre sin consentimiento previo) me trajeron de España!!

Casi lloro de felicidad. La estaba reservando para más adelante; porque tengo España reciente y aún no tengo “mono” de embutido; “la guardaré”, dije, “para cuando esté más desesperada” (palabras textuales). El momento ha llegado. Abro el plástico con un cortaúñas, y doy rienda suelta a la emoción (y la gula).

Continuará…

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